sábado

Carta

Hoy comencé a escribir una carta. Sí, una carta. No un e-mail ni un mensaje en el msn ni un sms ni icq u otra prng que se le parezca. Realmente fue difícil, y no por que la carta lo fuera o quien la fuera a recibir merecía tanto empeño en la creación. Más bien me encontré abarrotado de otros inconvenientes.
Primero, pensar que la carta puede tardar en llegar al destinatario 7 u 8 días, como me dijo el empleado del correo, puede ser similar a enviar el antiguo testamento como novedad a un amigo. Uno tiene que escribir cosas que trasciendan, o por lo menos esforzase por decir algo atemporal. ¿Cómo puedo evitar que mi carta caiga en la marejada de noticias que azota nuestras vidas?. Incluso aunque uno no quiera informarse no puede evitarlo: bares con tv, taxis con radios, kioscos con diarios, amigos que hablan, madres que llaman, son algunas de las cosas que se me ocurren por nombrar ciertos sucedáneos de la información voluntaria.
Una vez superada la etapa de la información general me percaté que a esta persona me la cruzo ocasionalmente en la web y, aunque muy de vez en cuando, hablamos por teléfono. O sea que también debía superar el escollo de caer en la info personal. Este no fue tan difícil dado que no hay muchas personas en común que mantengan contacto fluido con ninguno de los dos.
¿En qué escribo? Sólo tengo A4 de impresora en la categoría de papel “presentable”. No, se me complica mucho, necesito renglones. ¿Dónde puse mis lapiceras? ¿Yo escribía cursiva o imprenta? ¿Tan horripilante es mi letra? (Creo que ni siquiera tomé apuntes alguna vez, nací en la época de las fotocopiadoras y encima estoy en la era “teclado”). Una hoja de cuaderno arrancada funcionó bastante bien, aunque tuve que tomarme un tiempo para cortar los restos que mostraban claramente mi tosquedad. La lapicera fue una de esas azules que existen en cada casa argentina.
Cuando creí que ya había pasado todas las dificultades, y no puedo negar que sentí un poco de vanidad por ello, me lancé a escribir mi epístola. Cuando iba promediando la primer carilla solamente, mi muñeca iba adquiriendo la misma movilidad que la que tiene un luchador medieval dentro de una armadura oxidada. ¿Que hago? ¿Le pongo penetrit? Me acordé que cuando era chico le echaba a las tuercas oxidadas o trabadas unas gotas de coca para que aflojen. Sin la menor esperanza o rigor científico bajé, me compré una y me tomé un vaso. No me enteré que había comprado una light. Al tiempo que escribo esto me doy cuenta que no había nada light cuando era chico, quizás el efecto lubricante estaba en la versión tradicional. Mi muñeca funcionó igual, algo psicosomático tal vez, y logré terminar la primer carilla.
Di vuelta la hoja lentamente juntando aire y ganas para seguir. Esta simple carta ya era demasiado complicada. Se me cruzaban miles de excusas para no continuarla. Miré el reloj y ya había pasado mas de una hora desde que empecé con ella. Esto me llevaba a conclusiones como que soy un vueltero, reafirmar que no soy un buen escritor y que “cartas” era otro de los rubros donde había fallado. Finalmente, aunque no menos importante, era que no tenía nada que decir que se ajustara a las características de trascendente y atemporal.
Traté de hacer una esfera perfecta. Me tomé casi tanto tiempo como el que me había llevado escribir esas pocas palabras pero al final lo logré. Una bolita de papel que dejaba ver rastros de mi caligrafía en algunas aristas suavizadas. La miré algunos segundos y dejé brotar al basquetbolista que hay en mi. Me levanté en forma enérgica, recorrí los tres o cuatro metros que separan mi escritorio de la cocina simulando un dribbling propio de un profesional y me acerqué al canasto. Ya podía imaginar las tribunas delirando y coreando mi nombre, sólo quedaban unos segundos para terminar el último cuarto y el partido seguía empatado. Los ceros del reloj se acompañaron solamente de milésimas descendientes y preparé mi tiro en medio de un salto atlético. En lo alto de mi cocina vi que mi tacho de basura es de los que hay que pisar para levantar la tapa. Fue como tener a Shaquille O’neal esperándome en mi momento de gloria. Puse los pies en el piso y sentí la misma decepción que cuando fracasé al escribir esta carta a mi amigo. Me acordé que ayer había empezado un blog...
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