martes

El lamento

Otra vez lo vuelvo a escuchar. Su ladrido es tan particular, pese a haberme criado con perros y haber vivido con los más calificables e inclasificables, éste es distinto a todos. Cuando era chico vivía en un pequeño pueblito del interior, bah también podría llamarlo un pequeño caserío cerca de una ciudad también pequeña. A veces los vecinos se quejaban de mis perros, argumentando que ladraban todas las noches y a lo largo de ellas sin parar, o que se peleaban por ahí en medio de riñas callejeras.
Pasando en limpio lo anterior podría decir, y me animo a ello de hecho, que conozco bastante de ladridos de perro (como cualquier mortal que pueda oir por supuesto). Pero desde que llegué a esta ciudad y, para ser preciso, a mi actual departamento hay un perro que escucho todo el tiempo. A las mañanas, en las tardes, noches y madrugadas. Posee un ladrido grave, constante, sin altibajos. Me acuerdo que por el ladrido de mis perros yo sabía si alguien estaba llegando a mi casa, si jugaban u otra cosa. Este no, se limita a soltar monosílabos indescifrables. Todavía no sé que es lo que lo mueve a ello, pero tenía algo particular que encima lo convertía en más enigmático aún, hasta este preciso instante que entendí la diferencia.
Ese armónico que envuelve su ladrido y lo diferencia de los demás es lo más simple. Está encerrado y las paredes bañan el rebote de su lamento.
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