lunes

Tarde de perros

Creo que empieza a llover pero, en medio de sol y ladridos, me doy cuenta que sólo es la baba de un perro. Mientras miro, no sin cierta malicia, al mínimo esqueleto peludo que me arrojó esos esputos desde un primer piso, piso una mierda que bien podría ser de éste (o aquel). Sin dejar de mirarlo comienzo a pulir con mi suela los límites del jardín más cercano. Él tiene toda la culpa.
Sigo mi camino, entro a una exposición de fotos. Es feriado y el lugar está atestado de transeúntes. Todos me miran, o por lo menos eso siento, pero la realidad es que todos me huelen, y siendo más realista aún es al energúmeno a quien huelen (u otro similar) sumada a la civilidad de su dueño/a. Es momento de partir. Él tiene la culpa.
Salgo de la sala, enfilando para el lugar dónde menos gente se puede ver. Al llegar a la esquina hay dos linyeras tomando mates y riéndose.
- Dame una moneda viejo, me quiero liquidá y no tengo ni pa’ una bala.
Lo miro, no tengo nada para decir ni dar. Dudo. Pienso en sugerirle una soga, pero, antes de hacerlo, él comienza a reírse estruendosamente. Por un momento pienso que tengo la baba colgando y huelo a mierda, pero la verdad es que el tipo ya ni me miraba y estaba señalando a unos gringos con su compañero.
Quizás a todos nos pasa lo mismo.
Él, en esto, no tiene nada que ver.
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