martes

y llegó el lunes

Subió al colectivo sólo haciendo una seña para avisar que todo estaba en orden. Eso fue todo. Volví al auto y encendí la radio, estaban pasando Dead Bees on a Cake de David Sylvian, nada podía ser más adecuado. Es la imagen perfecta de lo que sucedió, me imaginé una enorme torta, con una cobertura blanca intacta, y un montón de abejas esparcidas sobre ella. No pude quitarme ese cuadro de la cabeza hasta ahora.
Me llamó desde Pilar a la tarde, cuando terminó el curso. Tenía pasaje para las 19, pero lo podía cambiar para más tarde si yo estaba disponible. Le dije que lo cambiara y que eligiera alguno que saliera de Retiro. Así lo hizo. Terminé mis cosas y fui a buscarla.
Al llegar a la plaza de Pilar estaba esperándome en una esquina, sobresalía claramente por sobre el resto de la gente. Al acercarme veo que se sube a otro auto... no entendí nada. Ella tampoco, se había confundido. Al verme se acercó, subió y apenas cruzamos un saludo. Los dos sabíamos que esta vez era distinto. En el viaje de regreso a Buenos Aires sólo habló por el celular, fumó e hizo algún comentario sobre el buffet del curso. Nada más.
Cuando llegamos todavía teníamos un par de horas para hablar, así que fuimos a un café que me gusta –aunque no comparto su política de precios- y pudimos hablar tranquilos. Se acercaba el final. Luego de la charla, en la que hablamos sólo de nuestros sentimientos y percepciones, aclarando todo lo que no lo estuviera, salió a luz un tema completamente inesperado. Ella lee este blog. Me resulta increíble pero así es. Bueno, no tan increíble si tengo en cuenta que la última vez que fui a visitarla, cuando ella volvía del trabajo, me encontró escribiendo un post en mi computadora. “¿Qué estás haciendo?” “Nada, a veces me da por escribir... y tengo un blog.” (Risas de madre ante travesura infantil) Evidentemente Google y su curiosidad hicieron el resto.
Bueno, hasta aquí no es tan increíble sino posible, pero lo que le otorga cierto interés a esto es que su decisión de que no nos veamos más tiene -al menos en parte o bien como detonante- su raíz en lo que leyó y esto bien podría entrar en la categoría de post scriptums de Clara. Lo sucedido le produjo sentimientos encontrados, que no estaba dispuesta a tolerar, si bien siempre supo de mis cosas esta vez percibió algo distinto: quizás yo podía ser feliz -ya dije que no se destacaba por sus percepciones- pero no a su lado, algo que la alegró y entristeció en igual medida. Noi che ci vogliamo così bene, sin dudas.
Pero las coincidencias, por llamarlas de alguna manera, no terminaron allí. El último viaje yo estaba leyendo Niebla, de Unamuno. Y sentí eso, que un personaje de mi blog se me paraba enfrente y me decía “yo no te dejé, vos lo hiciste, vos dejaste que me fuera” y una larga lista de etcéteras que ya están escritos y no vale la pena repetir. Augusta Pérez me miraba a los ojos y yo, por momentos, no le podía sostener la mirada. También me criticó en duros términos que la llamara entusiasta amiga, ¿Pero cómo podría llamarla? En este último tiempo no fuimos novios, ni amantes, ni amigos; sino algo que encerraba quizás lo mejor de cada término. No como ella dijo: “¿No soy nada entonces?” Luego se atrevió a cotejar algunos datos e intentó demostrar su falsedad, aunque siendo infructuoso su esfuerzo no lo era su intención. “Si de una enunciación falsa se llega a una verdadera, ésta última no pierde su condición de verdad” le dije – es lo único que aprendí en un curso de lógica en medio de implicaciones y verdades. Si bien se puede dudar de los hechos en que se basaba para su decisión, ésta era inequívoca: seguiríamos cada uno por separado. Fin del café y de nuestra etapa pendular.
Llegamos a la estación y nos sentamos a fumar hasta la hora de partida, faltaban apenas quince minutos. Anunciaron su viaje y fuimos al lado del colectivo. Nos miramos, frené mi impulso de besarla –creo que ella lo esperaba- y nos abrazamos. Ese abrazo duró algunos segundos, quizás minutos, y fue una de las cosas que voy a recordar cuando piense en ella. Con él nos dijimos todo, lo que hablamos no podría explicar nada mejor que ese abrazo; fue el resumen perfecto. Ahora que lo pienso si alguien nos tomaba una foto quizás parecíamos abejas muertas sobre una torta.
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