lunes

Wilson

- ¿Tiene una moneda?
- Sí, sí tengo. –su rostro se transformó, extendió una mano agarrotada, mugrienta y me mostró su mejor sonrisa (de un sólo diente). Luego seguimos hablando un poco más. Me contó muchas cosas de su vida, muy amablemente, de largos 50 años, lo que hace, hacía y algunas cosas más. Pero hubo algo que me sorprendió y fue la siguiente frase: “Por suerte la gente es muy buena, y me ayuda bastante”. Como si todo hubiera estado preparado, en el mismo momento que me dijo eso, una persona, un tipo de unos 35 años que trabajaba en una panadería, cruza la calle y sin mediar palabra le dio una bolsa con comida. El pareció estar acostumbrado al silencio de los demás, le agradeció correctamente y luego guardó la bolsa para seguir hablando conmigo un rato más.
-¿Cómo se llama? – le pregunté. Los nombres me ayudan a recordar con mayor precisión a las personas, lo cual, por otro lado, me parece bastante lógico.
- Wilson – lo dijo con la misma sonrisa del principio, parecía que le gustaba mucho su nombre.
- ¿Le molesta si le tomo una foto Wilson?
- No, para nada, pero fíjese que se le va a romper la cámara. – me reí por cortesía, pero sabía que había cosas ocultas, como un mensaje, en su broma.
- ¡Pero no hombre!, una vez estuvo en serio peligro cuando me saqué una foto carné, pero si no pasó nada ahí va a vivir más que Gilgamesh. – nos reímos juntos e hicimos un par de comentarios sobre la revista Tony o D’artagnan, no recuerdo bien.
Luego, como si nunca hubiéramos abandonado la charla del principio me preguntó, con un frío que me incomodó, “¿Y por qué quiere tomarme una foto a mí?”. Su voz dejó entrever cierta melancolía, como si hubiera pasado mucho tiempo desde que alguien le quiso tomar una foto, de esas que algunos nos negamos cuando estamos en familia. Miré el gorro de lana que tenía y se notaba que todavía estaba mojado por la lluvia de la mañana. Yo colecciono recuerdos. Como los nombres, escribir sobre las cosas que me pasan o personas, tomarles fotos y tratar de recordar hasta los más mínimos e insignificantes detalles es como un fetiche para mí. Me encanta abrir frascos viejos de perfumes, olerlos y ver que recuerdos disparan en mí, como una ruleta rusa de pensamientos. Pero pensé, tontamente por cierto, que no era una justificación adecuada. En ese momento se presentó en mi mente, como una instantánea, cuando al principio la charla había tomado un camino hacia el pasado y su saliva transitaba con dificultad por su garganta, con ruidos ásperos.
- Es para una nota que estoy haciendo en Argentina, con gente del Río de la Plata. – mentí cobardemente.
- Ah, bueno, ¿Y cómo me pongo?
- Quédese como está nomás.
Le tomé la foto y conversamos un rato más, pero yo ya no me sentía bien. El tipo me abrió la puerta amigablemente y yo sentía que, por más inocente que fuera, lo había traicionado.
El confiaba en la bondad de la gente, incluso me dijo que esperaba que su suerte -si es que tenía alguna- cambiara con el nuevo gobierno de Tabaré. La esperanza lo abrigaba más que unos trapos descartados, húmedos, tapados de uso, deshilachados, desaliñados y lo alimentaba más que las migajas de egoísmo que nos sobran y se las damos con la frente alta y esperando agradecimiento (exigiéndolo casi).
¿Cómo yo me puedo dar el lujo de no tener esperanzas? O siquiera pensar que la vida es una batalla desigual, que sabemos que está perdida de antemano, pero la libramos igual hasta el final, con armas distintas tal como todos lo somos. Y así, día a día, algunos nos embarcamos en este “Titanic”, lleno de lujos, aunque sepamos del sufrimiento y frío que hay al final, y sin importarnos nada más. Y Wilson, cómo un balsero cubano sobre un telgopor, que muerden una y otra vez los tiburones, espera llegar a la tierra prometida, mostrándome otra vez todas mis incapacidades, las carencias que me habitan, que mi viaje no es más que un sueño del que me cuesta despertar y que el camino es largo, con perfumes y espinas, y me desangro en una estúpida negación.
- Acuérdese, Wilson, como las raquetas de tenis. – y agitó los brazos como si estuviera en una final imaginaria.
- Sí, quédese tranquilo, me voy a acordar. – apabullado continué mi camino mientras el abría contento la bolsa con comida.

sábado

Mas de mi

Perdon por el largo del post anterior pero hacia un tiempo que no escribia y un viernes a la noche solo puede ser una buena excusa para hacerlo (sublimando la soledad tambien le llaman). Y que tiene que ver esta foto con eso? Nada, solo queria subirla porque me gusta.
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