viernes

Sed

y más sed

Contemplatĭo

¿Estarás pensando lo mismo que yo?
Si, a mi también se me dió por unas medias lunas con dulce de leche.
¿Sorteamos quien baja?

domingo

Naturaleza

Lo empecé a retocar y quedó así. Ahora que lo miro lo podría cambiar de miles maneras y corregiría muchos detalles. Siempre es así. Lo dejo. ¿Lo quito?. No, salió así. Primitivo, inicial, seminal. Transgresor. Colores primarios, partícipes y cómplices de mi necesidad. Natural.

miércoles

Un chori (El vino solo)

Las noches ya comienzan a ser frías, sin tránsito, sin gente. El otoño abriga las veredas y Buenos Aires parece un poco más tanguera. Tomé una cerveza, entrometida en una cena llena de grasas, sentado afuera, como para no refutar tanta soledad. Me parece haber oído algo de gente adentro. No era muy tarde pero la calle estaba desnuda. Algún colectivo se escuchaba pasar a lo lejos. Cuando sentí que era el momento pagué y volví a mi casa. Siento que sigo impregnado. Me serví un vaso de vino y escribo esto. Es casi imposible no reflejar tanto silencio.

Libertad

El fin de semana conocí la Avenida Libertad. Lamentablemente en el post casi no se lee el "cartelito". (ampliando un poco se distingue)

Religious

No me acuerdo el autor pero aprovechando tanta religiosidad en todos...

lunes

Sol

Ya que la mencioné...presento a Sol

jueves

Llueve

Otra vez llueve. Salgo a la calle y disfruto. Me abrigué demasiado, incluso algo he comenzado a transpirar. No importa, no quiero perder ni un minuto de lluvia. Recuerdo que vine a Buenos Aires sólo por su lluvia y parece que, desde que llegué, ya no llueve tanto. Tal vez a la distancia todo se exagera. Dejo los pensamientos de lado, volviendo a mi camino. Una gélida gota se mete por el hueco de mi camisa provocándome un escalofrío a lo largo de mi cuerpo. La siento desplazarse lentamente. Va tomando temperatura para sólo convertirse en humedad. Toda la osadía que mostró al entrar se esfuma en cámara lenta. Recorre mi espina cómo el dedo de una amante que contempla mi alegría. Y no es para menos, está lloviendo. Lloviendo. Ya alguien dijo con toda razón que "la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de tu alma"...na na naaa naaa na na na ná......

Vahos

Mi abuela murió en 1992. Hace un rato nomás escribí un post sobre olores, y otras cosas, que a veces se sostienen en nuestras mentes por un largo tiempo. Ya han pasado casi 13 años. Tomé un pantalón usado, gastado y mugriento. Me lo puse. Por algún motivo me detuve mientras estaba sentado con la rodilla en el momento que esta tenía mayor proximidad a mi cara. Un vaho mezcla de moho, orín y transpiración se hizo presente. Recordé haber leído alguna vez sobre la orina y sus olores “...el olor característico es sui generis o aromático...pudiendo transformarse en amoniacal...”. Este seguramente se aproximaba al amoniacal. Me acordé de mi abuela y su casa. Estaba loca. O por lo menos eso creí hasta no hace mucho tiempo. Quizás mucho menos que varios que llegan más lejos en la vida, esos que no se convierten solamente en un recuerdo de amor y orina.

En silencio

Todos tenemos discos preferidos, entre tantas cosas preferidas. Puede ser por muchas razones que uno cataloga un objeto u otra cosa con el adjetivo de preferido. En este momento estoy escuchando uno de mis discos preferidos y me doy cuenta que hay algo que evoca en mí que no se corresponde con lo que debería producirme escuchar un disco preferido. Este que estoy escuchando accedió a esa característica por la calidad de la música y sus músicos en sí. Con el tiempo, lamentablemente, he ido cambiando el clásico “me gusta – no me gusta” por un “es bueno (y por eso me debe gustar) – es malo (no debería gustarme)”. Ahora he vuelto a la lucha por revivir en mí el instinto natural, que algo me guste por que me guste, por que moviliza algo, y no por que admire algo/alguien (justificable también).
Algunos de estos discos ya me rememoran cosas y a veces me es difícil olvidarme que los pongo sólo por escuchar algo. Movilizan cosas que van más allá de la música. Son como un perfume que huelo en la calle y me evocan la presencia de alguien. Esas noches matrices, íntimas y viscerales, generalmente fugaces, debería haberlos evitado. Contaminan presentes.
Ahora perpetro mis actos en completo silencio, sólo con lo que es propio del momento.

martes

El lamento

Otra vez lo vuelvo a escuchar. Su ladrido es tan particular, pese a haberme criado con perros y haber vivido con los más calificables e inclasificables, éste es distinto a todos. Cuando era chico vivía en un pequeño pueblito del interior, bah también podría llamarlo un pequeño caserío cerca de una ciudad también pequeña. A veces los vecinos se quejaban de mis perros, argumentando que ladraban todas las noches y a lo largo de ellas sin parar, o que se peleaban por ahí en medio de riñas callejeras.
Pasando en limpio lo anterior podría decir, y me animo a ello de hecho, que conozco bastante de ladridos de perro (como cualquier mortal que pueda oir por supuesto). Pero desde que llegué a esta ciudad y, para ser preciso, a mi actual departamento hay un perro que escucho todo el tiempo. A las mañanas, en las tardes, noches y madrugadas. Posee un ladrido grave, constante, sin altibajos. Me acuerdo que por el ladrido de mis perros yo sabía si alguien estaba llegando a mi casa, si jugaban u otra cosa. Este no, se limita a soltar monosílabos indescifrables. Todavía no sé que es lo que lo mueve a ello, pero tenía algo particular que encima lo convertía en más enigmático aún, hasta este preciso instante que entendí la diferencia.
Ese armónico que envuelve su ladrido y lo diferencia de los demás es lo más simple. Está encerrado y las paredes bañan el rebote de su lamento.

sábado

Carta

Hoy comencé a escribir una carta. Sí, una carta. No un e-mail ni un mensaje en el msn ni un sms ni icq u otra prng que se le parezca. Realmente fue difícil, y no por que la carta lo fuera o quien la fuera a recibir merecía tanto empeño en la creación. Más bien me encontré abarrotado de otros inconvenientes.
Primero, pensar que la carta puede tardar en llegar al destinatario 7 u 8 días, como me dijo el empleado del correo, puede ser similar a enviar el antiguo testamento como novedad a un amigo. Uno tiene que escribir cosas que trasciendan, o por lo menos esforzase por decir algo atemporal. ¿Cómo puedo evitar que mi carta caiga en la marejada de noticias que azota nuestras vidas?. Incluso aunque uno no quiera informarse no puede evitarlo: bares con tv, taxis con radios, kioscos con diarios, amigos que hablan, madres que llaman, son algunas de las cosas que se me ocurren por nombrar ciertos sucedáneos de la información voluntaria.
Una vez superada la etapa de la información general me percaté que a esta persona me la cruzo ocasionalmente en la web y, aunque muy de vez en cuando, hablamos por teléfono. O sea que también debía superar el escollo de caer en la info personal. Este no fue tan difícil dado que no hay muchas personas en común que mantengan contacto fluido con ninguno de los dos.
¿En qué escribo? Sólo tengo A4 de impresora en la categoría de papel “presentable”. No, se me complica mucho, necesito renglones. ¿Dónde puse mis lapiceras? ¿Yo escribía cursiva o imprenta? ¿Tan horripilante es mi letra? (Creo que ni siquiera tomé apuntes alguna vez, nací en la época de las fotocopiadoras y encima estoy en la era “teclado”). Una hoja de cuaderno arrancada funcionó bastante bien, aunque tuve que tomarme un tiempo para cortar los restos que mostraban claramente mi tosquedad. La lapicera fue una de esas azules que existen en cada casa argentina.
Cuando creí que ya había pasado todas las dificultades, y no puedo negar que sentí un poco de vanidad por ello, me lancé a escribir mi epístola. Cuando iba promediando la primer carilla solamente, mi muñeca iba adquiriendo la misma movilidad que la que tiene un luchador medieval dentro de una armadura oxidada. ¿Que hago? ¿Le pongo penetrit? Me acordé que cuando era chico le echaba a las tuercas oxidadas o trabadas unas gotas de coca para que aflojen. Sin la menor esperanza o rigor científico bajé, me compré una y me tomé un vaso. No me enteré que había comprado una light. Al tiempo que escribo esto me doy cuenta que no había nada light cuando era chico, quizás el efecto lubricante estaba en la versión tradicional. Mi muñeca funcionó igual, algo psicosomático tal vez, y logré terminar la primer carilla.
Di vuelta la hoja lentamente juntando aire y ganas para seguir. Esta simple carta ya era demasiado complicada. Se me cruzaban miles de excusas para no continuarla. Miré el reloj y ya había pasado mas de una hora desde que empecé con ella. Esto me llevaba a conclusiones como que soy un vueltero, reafirmar que no soy un buen escritor y que “cartas” era otro de los rubros donde había fallado. Finalmente, aunque no menos importante, era que no tenía nada que decir que se ajustara a las características de trascendente y atemporal.
Traté de hacer una esfera perfecta. Me tomé casi tanto tiempo como el que me había llevado escribir esas pocas palabras pero al final lo logré. Una bolita de papel que dejaba ver rastros de mi caligrafía en algunas aristas suavizadas. La miré algunos segundos y dejé brotar al basquetbolista que hay en mi. Me levanté en forma enérgica, recorrí los tres o cuatro metros que separan mi escritorio de la cocina simulando un dribbling propio de un profesional y me acerqué al canasto. Ya podía imaginar las tribunas delirando y coreando mi nombre, sólo quedaban unos segundos para terminar el último cuarto y el partido seguía empatado. Los ceros del reloj se acompañaron solamente de milésimas descendientes y preparé mi tiro en medio de un salto atlético. En lo alto de mi cocina vi que mi tacho de basura es de los que hay que pisar para levantar la tapa. Fue como tener a Shaquille O’neal esperándome en mi momento de gloria. Puse los pies en el piso y sentí la misma decepción que cuando fracasé al escribir esta carta a mi amigo. Me acordé que ayer había empezado un blog...

viernes

Como comenzó

Entro al subte como siempre. Es viernes, y como siempre, me olvido de cómo es un subte hoy. Es como si me metiera en la boca de un iguanodonte metálico el cual me mastica, me ensaliva y, al tiempo que recuerda que es herbívoro, me escupe en el mismo momento que yo decido salir.
Empiezo a recorrer el pasillo en busca de la salida. Por suerte esta estación tiene escalera mecánica. En el momento que pongo mi pie sobre la escalera comienza a sonar el celular. Con el sentimiento de desgracia inherente (y correspondiente) lo tomo y atiendo. Al mismo tiempo que mi –¿Hola?- sale de mi boca mi cerebro roído percibe que la escalera me deposita en una lluvia torrencial que no puedo evitar. Instintivamente comienzo a retroceder bajando un par de escalones, pero ante el riesgo de que los demás piensen que soy un boludo que se esfuerza por evitar la naturaleza de las cosas, decidí dejarme llevar. El bicho ahora me devolvía al húmedo plato. Me doy cuenta que evito la naturaleza de las cosas...
Casi totalmente mojado llego a mi barrio. El casi es gracias al iraní que me vendió un paraguas por unos pocos pesos y, en forma directamente proporcional, cumple unas pocas funciones de paraguas. Paso por una panadería y unas medialunas me miran esperando redención. Pienso que estoy a dieta y casi logro detener mi impulso. Me doy cuenta que evito la naturaleza de las cosas...
Ahora tuve que cerrar la ventana de mi habitación, el agua comenzó a entrar. Apagué la radio y escucho la sinfonía que está dando el aguacero afuera. Se mezcla una sirena de ambulancia o de policía tal vez, nunca pude ni podré diferenciarlas. Doy otro sorbo a mi mate mientras simultáneamente mastico la tercer medialuna de manteca. Una mezcla agridulce y extasiante comienza a expandirse desde mi boca hacia el resto de mi cuerpo. Me doy cuenta que evito la naturaleza de las cosas... pero no quiero sentirme... decido que es un buen momento para empezar a escribir un blog.
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